Cuando estudiaba osteopatía, uno de nuestros mentores solía repetirnos con humor que “a Quasimodo no hay que intentar arreglarlo”. La deformidad en sí no es lo que debemos tratar, porque la joroba de Quasimodo nunca va a desaparecer. Lo que sí merece atención son las consecuencias funcionales de vivir en ese cuerpo, como la sobrecarga en el cuello, hombros, caderas o rodillas, que tarde o temprano acaban sufriendo.
Aquello me enseñó a mirar más allá de la forma evidente y centrarme en lo que sí se puede mejorar; la movilidad, la elasticidad y el bienestar real de cada perro.

Muchos perros nacen con alteraciones físicas. Algunas son producto de la genética, otras consecuencia de la domesticación o de la cría selectiva, o de la irresponsable. Eso da lugar a morfologías alejadas del “estándar” natural, cuerpos que desde el inicio deben buscar estrategias para poder moverse con eficacia.
Se suele decir que “como ya nacieron así, no les duele; están adaptados a su realidad”. Y, en cierto modo, es verdad que el cuerpo tiene una capacidad extraordinaria para compensar. Ajusta su patrón de movimiento, reorganiza sus cadenas musculares y fasciales, y hasta modula la percepción del dolor para poder seguir funcionando.
Esos perros « deformados por diseño”, braquicéfalos, como bulldogs, o teckels, sharpeis, entre otros, y muchísimos de los que llamamos “mestizos”, son un ejemplo claro. De jóvenes parecen “funcionales”, pero en el tiempo, desarrollan patologías directamente relacionadas con su morfología; artritis y artrosis tempranas, hernias discales, displasias, luxaciones, roturas de ligamentos, etc.
Así que, un perro puede tener una alteración estructural importante sin mostrar dolor evidente. Y, al contrario, otros presentan dolor intenso con cambios mínimos. Esto ocurre porque el dolor no depende únicamente de la lesión, sino también de la sensibilización periférica y central, de la plasticidad del sistema nervioso o de la modulación emocional. Esa plasticidad permite por ejemplo que perros con displasia de cadera, alineaciones de patas defectuosas o desviaciones vertebrales vivan años aparentemente normales.
El hecho de que siempre hayan sido así no significa que su cuerpo no pague un precio. Afirmar que “no hay dolor porque el animal se ha adaptado” es un reduccionismo. Puede que no lo haya hoy, pero sí puede existir microinflamación, rigidez fascial, fatiga muscular o procesos de sobreuso que aún no se traducen en una molestia visible. Porque adaptación no es sinónimo de equilibrio. Cada compensación tiene un precio; sobrecargas en músculos, ligamentos, fascia y articulaciones secundarias. Es un ajuste que protege a corto plazo, pero genera un coste en salud y bienestar a medio y largo plazo.
Por otro lado, la mecánica del movimiento no entiende de percepciones; alteraciones articulares obligan a las cadenas musculares y fasciales a trabajar de forma distinta. La fascia, como tejido transmisor de fuerza, distribuye esa carga de forma irregular, produce tensiones, densificaciones, micro traumas, y a la larga, fibrosis, pérdida de elasticidad, de coordinación y propiocepción. Y no solo eso, a través de la rica inervación de este tejido, ahora sí, se envían señales nerviosas de dolor y de inestabilidad. Un dolor que suele ser difuso, difícil de localizar o incluso de detectar.
Lo mismo ocurre con los movimientos y actividades repetitivas, sedentarismo, el incorrecto equipamiento de paseo o con los estados de déficit nutricional que comprometen la calidad del tejido conectivo. El cuerpo puede tolerarlo un tiempo, pero el efecto acumulativo produce de hecho, desgaste articular precoz, tensiones crónicas y movimientos menos estables o eficientes.
En resumen, la clave está en no intentar “corregir lo incorregible”, sino optimizar lo que sí se puede: la movilidad, la elasticidad fascial, la circulación, el control motor y, en definitiva, el confort.
Por tanto, un perro con alteraciones morfológicas puede estar adaptado y no mostrar dolor evidente. Sin embargo;
- Su movimiento será más costoso e ineficiente.
- La compensación generará sobreuso y desgaste progresivo.
- Aunque hoy no exista dolor, el riesgo de tensiones, artrosis temprana, fibrosis fascial y pérdida de estabilidad es más que una probabilidad, una certeza.
Por eso, la prevención y el acompañamiento, ya sea a través de osteopatía, fisioterapia, masaje fascial, ejercicio adaptado o una nutrición adecuada, no buscan “cambiar su cuerpo”, sino reducir el precio de la compensación y mejorar la calidad de vida.
Con mi servicio de análisis postural y de movimiento ayudo tanto a familias como a profesionales a identificar compensaciones y mejorar la calidad de vida de cada perro. Porque la postura y la marcha cuentan cómo un cuerpo se adapta y se sobrecarga.
¿Tienes dudas de si es para ti? Contáctame y lo hablamos.


