Seguro que lo has oído mil veces: “Cansa a tu perro y tendrás un perro tranquilo.”
Durante años, este consejo ha circulado como mantra entre tutores, educadores y adiestradores. La lógica parece simple: si el perro está agotado, no tendrá energía para portarse “mal”.
El ejercicio ofrece enormes beneficios sobre la conducta y la condición física, sin embargo, no tienen nada que ver con dejar al perro sin energía, sino con activar, a través del movimiento, procesos fisiológicos que fortalecen el cerebro y el cuerpo… siempre que la dosis sea la adecuada.
Hoy sabemos, gracias a la neurobiología, que el ejercicio puede ser profundamente beneficioso, pero solo cuando se dosifica de forma adecuada. Ni mucho, ni poco: en la dosis justa, activa mecanismos de adaptación que fortalecen el sistema nervioso, favorecen la plasticidad cerebral y contribuyen al equilibrio emocional.
Y curiosamente, cuando se excede ese punto óptimo, o no se alcanza, el efecto es el contrario: aparece estrés oxidativo, inflamación, agotamiento mitocondrial y alteración del estado de ánimo. Así que desterremos de una vez por todas esa idea de que “hay que cansar al perro”, porque NO ES CIERTO, y tiene riesgos.

El ejercicio es estrés, pero con potencial de curación y de alargar la vida
Aunque solemos asociar la palabra “estrés” con algo negativo, en realidad nuestro organismo necesita cierto nivel de estrés para funcionar bien. No hablamos de un estrés crónico y dañino, sino de pequeños desafíos que activan los sistemas de adaptación. A este fenómeno se le conoce como hormesis: una dosis leve de estrés que fortalece regenera y prepara al cuerpo para responder mejor.
El ejercicio físico es un claro ejemplo de estrés hormético. Cada sesión activa una cascada de procesos que exigen energía, movilizan recursos y ponen al cuerpo en alerta. Esto es si esa dosis se mantiene dentro de ciertos márgenes, el resultado es una mejora global de la salud.
Sin embargo, como sucede casi siempre, la dosis es crítica: poco no produce efecto y demasiado puede causar daño. En el caso del ejercicio, superar ese umbral provoca efectos contrarios a los deseados: inflamación, fatiga, alteraciones hormonales y deterioro neurológico.
Este equilibrio hormético tiene una implicación fundamental, la salud depende de la capacidad del cuerpo para generar y gestionar energía, y eso nos lleva directamente a las mitocondrias. Son los orgánulos responsables de producir energía en cada célula. Esenciales para la vida, su función determina en gran medida el estado general del organismo.
El ejercicio moderado y regular estimula la biogénesis mitocondrial, mejora su eficiencia, y reduce la acumulación de radicales libres. En cambio, la falta de movimiento , o el exceso de actividad sin recuperación, disminuye la función mitocondrial, afectando la regeneración celular, la estabilidad emocional y la longevidad.
Cerebro en movimiento; plasticidad, conexión y regulación emocional
Cuando el ejercicio se realiza en una dosis adecuada, no solo mejora el cuerpo: transforma el cerebro. Numerosas investigaciones han demostrado que el movimiento físico regular tiene efectos profundos en la estructura y la función cerebral.
Uno de los protagonistas de esta transformación es el BDNF (brain-derived neurotrophic factor), una proteína que actúa como fertilizante para las neuronas. El BDNF favorece la neurogénesis (creación de nuevas neuronas), fortalece las sinapsis existentes y mejora la capacidad del cerebro para adaptarse, aprender y regularse emocionalmente.
Sin embargo, este efecto solo se activa en contextos de ejercicio moderado. Cuando la intensidad es demasiado alta o el cuerpo entra en un estado de estrés agudo (con aumento de glucocorticoides), la producción de BDNF se reduce o incluso se bloquea.
Además, el ejercicio físico eleva los niveles de neurotransmisores clave como la dopamina y la serotonina, especialmente en regiones como el hipocampo, la corteza prefrontal y el estriado. Estas sustancias están directamente implicadas en la motivación, la memoria, el estado de ánimo y la capacidad de gestionar el entorno.
Curiosamente, también aquí hay una dosis mínima necesaria; si el ejercicio es demasiado leve, no se alcanzan los umbrales que activan estos efectos. Pero si se excede la intensidad, las neuronas que se activan ya no son las que facilitan el equilibrio emocional, sino las asociadas a la respuesta de estrés.
En los últimos años, estudios neurobiológicos han revelado también la implicación de los opioides endógenos (como las beta-endorfinas) y los endocannabinoides en la sensación de bienestar que produce el ejercicio. Estos sistemas neuromoduladores contribuyen al efecto ansiolítico y antidepresivo del movimiento bien planteado, y están siendo objeto de creciente interés tanto en medicina humana como veterinaria.
En resumen, el ejercicio adecuado nutre el cerebro, facilita el aprendizaje, regula el estado de ánimo y mejora la resiliencia emocional. Pero solo si se practica con una intensidad, duración y frecuencia adaptadas a cada individuo.

El ejercicio previene la disfunción degenerativa canina y calma el sistema nervioso
En los perros, como hemos comentado, el ejercicio regular se asocia con mejor salud cerebral, mayor estabilidad emocional y una menor probabilidad de deterioro cognitivo con la edad.
Uno de los estudios más reveladores proviene del Dog Aging Project, publicado en Scientific Reports en 2022. En él, los investigadores observaron que los perros que no hacían ejercicio tenían un riesgo 6,47 veces mayor de desarrollar síntomas de disfunción cognitiva canina, un síndrome comparable a la demencia en humanos, en comparación con aquellos que se mantenían activos físicamente. Este dato es contundente; el sedentarismo no solo deteriora el cuerpo, también acelera el envejecimiento cerebral.
Además, el ejercicio activa la liberación de miocinas musculares, unas moléculas producidas por el tejido muscular durante la contracción, que tienen efectos antiinflamatorios y neuroprotectores.
Algunas de estas miocinas son capaces de atravesar la barrera hematoencefálica y actuar directamente sobre el sistema nervioso central, promoviendo la plasticidad neuronal y protegiendo frente al deterioro cognitivo.
Este hallazgo refuerza aún más la idea de que el músculo, cuando se activa de forma saludable, actúa como un órgano endocrino con impacto positivo en el cerebro.
El ejercicio no solo previene, también modula
El sistema nervioso autónomo, encargado de regular funciones como la digestión, el ritmo cardíaco o la respuesta al estrés, se ve profundamente influido por la actividad física.
Cuando un perro se mueve de forma moderada y constante, el sistema parasimpático (responsable de la calma y la reparación) se activa más fácilmente, favoreciendo un estado de regulación fisiológica. En cambio, un ejercicio excesivo o estresante puede activar el eje del estrés, aumentar los niveles de cortisol y empeorar los síntomas de ansiedad o reactividad.
El movimiento bien planificado tiene el poder de “apagar” respuestas de alarma innecesarias y facilitar la vuelta a la homeostasis. En perros sensibles o con dificultades emocionales, esto puede marcar la diferencia entre un estado de alerta crónica o una vivencia serena del entorno.
Y, al igual que en humanos, los efectos del ejercicio sobre la neurogénesis, los neurotransmisores y el sistema emocional solo se consolidan cuando el ejercicio se mantiene en el tiempo. No basta con una salida al campo ocasional, es la regularidad, la previsibilidad y la adecuación lo que permite que el cerebro se adapte y mejore. En perros con ansiedad, inseguridad o hipersensibilidad, un programa de movimiento adaptado puede ser tan importante como cualquier intervención educativa.
Cuando se trata de tiempos, los estudios indican que un ejercicio moderado de unos veinte minutos, al trote, sería el ideal. Esto dependiendo del tamaño del perro, etapa de la vida, estado físico y emocional, va a tener que individualizarse. A modo de ejemplo general;
- Cachorros. Prioriza la exploración libre y segura. Adapta superficies, entornos a cada fase de esta etapa y al estado emocional del perro. Se trata de que adquiera confianza y desarrollo gradual del movimiento de su cuerpo y sus capacidades.
- Adultos jóvenes. Necesitan movimiento constante, enriquecido y variado, siempre adecuado a cada perro, es interesante incorporar nuevos estímulos, superficies, inclinaciones del terreno.
- Perros mayores. Evita impacto y exigencia. Paseos suaves, olfateo y ejercicios en agua son grandes aliados.
- Perros con limitaciones. Adapta según respiración, dolor o condición. Lo importante es moverse, no rendir.
- Perros con ansiedad o estrés. Menos, es más, y sentirse seguro en el entorno aplica para todos los perros, pero cuando hay estrés crónico, es lo crucial. Su sistema ya está activado, por lo que el ejercicio puede suponer un estresor que dispare respuestas de estrés, en estos casos habitualmente “huir” o “luchar”.
En resumen, un perro verdaderamente calmado no es un perro agotado, sino un perro regulado, satisfecho y con su sistema nervioso en equilibrio. Y eso no se consigue con más actividad, sino con mejor calidad de movimiento. Porque la energía es salud, y el ejercicio bien dosificado es una de las formas más eficaces de cultivarla.
Si alguna vez has pensado que la clave para tener un perro tranquilo era cansarlo… no estás sola.
Muchas veces actuamos con la mejor intención, repitiendo consejos que hemos escuchado sin saber que pueden tener consecuencias distintas a las que esperamos.
Pero hay otra forma. Más respetuosa, más consciente y más efectiva.
Y si este texto te ha hecho replantearte no solo el ejercicio, sino otros aspectos del bienestar de tu perro , como el tipo de paseo, el descanso, la comida, su sensibilidad o su forma de moverse, estoy aquí para ayudarte a revisarlo todo con calma, sin juicio y con acompañamiento profesional.
Porque entender de verdad lo que necesita tu perro es el primer paso para mejorar su vida… y también la tuya.
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